Cenar en la madrugada desajusta el ritmo circadiano, afectando procesos como la digestión, el sueño y el control de la glucosa. Estudios científicos señalan que este hábito incrementa la resistencia a la insulina, favorece la acumulación de grasa abdominal y altera la liberación de melatonina. A largo plazo, comer de noche puede elevar el riesgo de obesidad, trastornos hormonales y problemas de salud metabólica.