Cuando estás bajo presión, el cuerpo libera adrenalina y cortisol, hormonas que reducen la sensibilidad de las papilas gustativas. Por eso, los alimentos pueden parecer menos dulces o más salados. Además, el estrés modifica la producción de saliva, alterando el gusto y la digestión.
La próxima vez que algo no te sepa igual, tal vez no sea la comida… sino el estado de tu mente.
CON INFORMACIÓN DE JACOBO FLORES
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