Cuando ocurre un divorcio o separación, el daño emocional en los niños muchas veces no viene de la ruptura en sí, sino del ambiente conflictivo que vivieron en casa. Las peleas constantes, los gritos, las humillaciones o las traiciones entre padres son los factores que más afectan su bienestar emocional.
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Por eso, después de la separación, es fundamental mantener una comunicación clara y respetuosa entre los adultos. Coordinar decisiones sobre la crianza y estar atentos a las necesidades emocionales de los hijos es clave para que no sufran consecuencias a largo plazo.
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Involucrar a los niños en conflictos o pedirles que elijan entre mamá o papá puede ser extremadamente dañino. Si los menores muestran señales de ansiedad, tristeza constante o bajo rendimiento escolar, lo mejor es acudir a ayuda psicológica profesional especializada en divorcios.
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Con una gestión emocional adecuada, es posible que los niños salgan adelante de una separación sin consecuencias graves. La clave está en el respeto, la cooperación y el acompañamiento emocional en todo el proceso.