Lo primero es el aroma: un café de calidad debe oler fresco, con notas que pueden ser frutales, florales, achocolatadas o a nuez. Si huele rancio o plano, probablemente no es un buen café.

El sabor combina amargor, dulzor y acidez. Un buen café no es excesivamente amargo; la acidez agradable le da viveza y resalta matices frutales. La densidad o cuerpo se percibe en la boca: algunos cafés son ligeros y otros más cremosos.

Un café bien hecho debe sentirse limpio, sin dejar sensación áspera o aguada. El retrogusto es clave: tras beber, debe dejar un sabor agradable que permanezca unos segundos, no uno quemado o desagradable. Valorar un café no requiere ser experto. Basta oler, saborear y sentir su textura.

Con estas claves, cualquier persona puede distinguir en cualquier taza si está frente a un café bueno o no.

CON INFORMACIÓN DE DOMINIQUE FEMAT

Beber demasiado café podría provocar alucinaciones leves, según estudios