¿Muerdes algo cuando estás nervioso? ¿Revisas el celular sin parar o comes aunque no tengas hambre? Tal vez crees que es estrés, costumbre o simplemente “algo que haces sin pensar”. Pero… ¿y si en realidad fuera tu mente tratando de calmar algo más profundo?
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Desde la psicología se ha observado que muchos de nuestros hábitos automáticos pueden tener origen en la infancia. En esos primeros años, aunque no sabíamos hablar, ya necesitábamos cariño, atención y seguridad. Si algo faltó en ese momento, es posible que hoy busquemos llenar ese vacío sin darnos cuenta.
Pequeños actos como comer sin hambre, morderse las uñas o revisar el celular constantemente, pueden ser intentos inconscientes de encontrar calma, consuelo o conexión emocional. No se hacen por capricho, sino porque desde muy temprano se aprendieron que ciertas acciones daban una sensación de alivio.
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El primer vínculo emocional
Durante los primeros meses de vida, los bebés exploran el mundo principalmente a través de la boca. Chupar, morder o succionar no solo les ayuda a conocer su entorno, también es su forma de calmarse, sentirse seguros y conectarse con quienes los cuidan.
Si en esa etapa temprana no se recibieron suficiente afecto, atención o contención emocional, es posible que al crecer, la persona siga buscando ese tipo de consuelo… solo que adaptado a la vida adulta: comer por ansiedad, fumar, morderse las uñas o tener una necesidad constante de hablar o estar ocupado.
Desde la psicología, este tipo de conductas se interpretan como una forma inconsciente de calmar emociones no resueltas. No es una enfermedad ni algo “malo”, sino una señal de que hay necesidades emocionales que quizás no fueron cubiertas del todo en su momento.
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No siempre somos conscientes de lo que estamos buscando, pero detrás de esos impulsos puede haber una necesidad emocional. La buena noticia es que todo hábito tiene una historia y observar tus reacciones sin juzgarte y preguntarte qué sientes antes de actuar puede abrir la puerta a una relación más sana contigo mismo.