Al posponer tareas, o procrastinar el cerebro busca evitar la incomodidad o el miedo al fracaso. Esto activa el sistema límbico, mientras la corteza prefrontal, encargada de la planificación, queda en segundo plano. Después llega la culpa: una señal de conflicto interno entre deseo y deber.
La procrastinación no es pereza, sino una forma de gestionar emociones. Entenderlo puede ayudarte a trabajar con tu mente, no contra ella.
CON INFORMACIÓN DE JACOBO FLORES
La gratificación inmediata reprograma el cerebro y debilita la disciplina